El Estadio 21 de Marzo, alguna vez conocido como la plaza más incómoda del beisbol estatal, vive días de silencio. No por falta de partidos, sino por ausencia de alma. Lo que antes era un hervidero de voces, ahora parece un teatro con butacas ocupadas por la indiferencia.
¿Qué le pasó a la tribuna de Jiménez? ¿Dónde están los que hacían temblar a los rivales?
No se puede reducir todo a lo deportivo. Sí, los resultados influyen, pero hay algo más profundo: un quiebre en la conexión entre afición, equipo y directiva.
Varios aficionados comparten una misma sensación: el ambiente ya no es el mismo. “Antes se anunciaba todo, te sentías parte del equipo. Ahora todo es en secreto, como si no quisieran que fueras”, decía una seguidora habitual. Otros lo ponen más claro: “Vas y en taquilla te tratan con la cara larga. ¿Así cómo te animas?”
Y en el fondo, todos coinciden en una cosa: la economía aprieta, especialmente en un municipio como Jiménez, donde pagar $160 por un boleto no es poca cosa. “Yo puedo pagarlo, pero una familia ya se gastó medio salario ahí”, explican. La serie pasada, con boletos a 80 pesos, el estadio respondió. Pero al volver a subirlos, la gente desapareció.
No se trata de un capricho, sino de una lógica comprobada. Equipos de mayor nivel, como Sultanes en la Liga Mexicana de Beisbol, han implementado promociones agresivas: en un martes común, En esta Serie Vs Diablos Rojos, una de rivalidad historica, bajaron todas las localidades a 50 pesos y lograron una entrada de más de 10 mil personas. No llenaron su estadio, que tiene capacidad para más del doble, pero llenaron lo suficiente para que los asientos vacíos dolieran menos… y las ventas en cerveza y esquilmos hicieran el resto.
El principio es el mismo, aunque las escalas cambien: menos boletos caros y más tribuna llena. En Jiménez, quizá no se trate de duplicar la asistencia, sino de evitar que las zonas más costosas sigan vacías. No hay que competir en tamaño, pero sí entender que un asiento vacío es el más caro de todos.
¿Censura en el estadio?
Uno de los comentarios más duros que se escuchan entre pasillos y redes es este:
“Ya no se puede gritar cuando un jugador falla, parece que nos quieren callados. Antes el estadio era pasión, ahora parece misa”.
¿Acaso se está censurando la emoción en el mismo estadio?
¿Ya no se puede exigir, reclamar, vivir el juego con intensidad?
Si el estadio deja de ser ese espacio libre donde la gente se desahoga, entonces pierde una parte vital de su esencia. El 21 de Marzo siempre fue bravo, gritón, incómodo. Silenciarlo es apagar su identidad.
¿Y la directiva?
También es justo mirar hacia arriba. No con el dedo, sino con empatía. La señora Minerva ha puesto mucho de su parte. Con poco presupuesto, ha traído buenos equipos, jugadores con pasado profesional y torneos donde Jiménez compitió de tú a tú con potencias. Pero uno se cansa de darlo todo cuando la tribuna no responde.
Jiménez no es una ciudad rica, pero sí orgullosa. Siempre ha armado equipos bravos, con garra, con identidad. La misma que hoy parece diluirse entre la falta de presencia en redes, boletos inaccesibles y un ambiente que ya no contagia.
¿Se durmió el Caníbal Park?
No del todo. Pero si queremos que despierte, hay que hacerlo entre todos: bajando precios, mejorando el trato al aficionado, dejando que la tribuna hable… y volviendo al estadio con orgullo. Porque el asiento más caro sigue siendo el que está vacío.
¿Y tú qué opinas?
¿Tú también has notado el cambio en el ambiente del estadio?
¿Crees que la culpa es de la afición, de la directiva, del equipo… o un poco de todos?
Queremos leerte. ¿Qué necesita el Estadio 21 de Marzo para volver a ser el Caníbal Park de antes?
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